Escribir, esbozar, exteriorizar

Como ya he manifestado en otras ocasiones, me gusta concluir las jornadas con un momento de tranquilidad para dejar fluir la información acumulada durante el día y registrarla en algún modo. Un rato para escribir, esbozar, exteriorizar.

Básicamente hago esto los días laborales, pero también realizo un ejercicio similar los Domingos durante la revisión semanal de mi sistema, y en ocasiones, algún Sábado que dispongo del tiempo necesario. Es un hábito ya interiorizado y en absoluto supone fricción, me gusta, me aporta un estado de relajación excepcional. Una sensación (en este caso mental) similar a lo que supondría en el plano físico, por ejemplo, tomar una ducha después de una dura sesión de deporte.

Me sirve para dejar constancia del transcurso de mi día, para esbozar ideas que surgen sobre la marcha relacionadas con esas 13 o 14 horas de vivencias previas, meditar sobre las urgencias o problemas que se han dado, sobre soluciones, sobre lo que ha ido bien y lo que ha ido mal, sobre las líneas que se han torcido y se han de reconducir, o sobre aquellas que misteriosamente parecen haber vuelto a su cauce solas.

Multitud de “cosas”, a veces con un significado evidente y otras veces con uno más difuso que requerirá de pensar más en detalle sobre ellas. Algunas interesantes, otras desechables — aunque nunca las deshecho en este momento, me limito a registrar.

De todo este material, envío parte a la bandeja de entrada de mi sistema. Otra parte se queda en este registro de mis notas.

Lo que va a la bandeja, se aclara en su preciso momento, cuando la proceso. Lo que se queda en este registro, lo releo durante mi revisión para tomar cuenta de mi pasada semana. A veces aparecen cosas nuevas durante esta lectura posterior, otras no.

En definitiva, intento exteriorizar todo. Lo no exteriorizado es material que ronda nuestro subconsciente, y es más de lo creemos. Nos estorba. Nos limita a la hora de que cosas nuevas se hagan hueco.

Por otra parte, lo no exteriorizado son también oportunidades perdidas, ideas que podrían ser el inicio de algo importante y que están ahí, esperando ver la luz en algún momento que en en muchas ocasiones nunca llega.

Quizá no te guste mi método, o el momento en que lo hago. En tu modelo de trabajo podría encajar otro horario u otro modo más creativo. Adelante. Lo importante es probar, dale una oportunidad a exteriorizar en el modo que más te guste, pero inténtalo. Te garantizo que, con el tiempo, se convertirá en algo que te será tan útil, que te costará dejar de hacer.

Las voces que oímos, y las voces que escuchamos

En ocasiones no escuchamos. Nos ofuscamos con algo con tremenda facilidad. No es necesario que se trate de un tema complejo, puede serlo o no serlo, pero este no es un factor en absoluto decisivo. Lo que sí suele ser un factor decisivo es que nuestra habilidad para establecer vínculos racionales entre los datos que analizamos con coherencia funcione correctamente en ese momento preciso.

Esto, en lenguaje coloquial suele representarse por expresiones del tipo «estar espeso» o «estar empanado», queriendo hacer referencia a ese estado de mermada actividad cerebral en que todo parece atascarse.

Cuando esto nos ocurre, seguramente nos supondrá un mayor esfuerzo tomar decisiones, o lo que es peor, las tomaremos sin haber pensado correctamente y por tanto el resultado de tal decisión y su reacción/acción derivada será muy probablemente diferente a si lo hubiéramos hecho en otro momento.

En palabras llanas, ese estado de empalago mental motivará que pensemos peor, o que nuestra fricción a pensar nos lleve a actuar sin hacerlo. Nuestras convicciones nos engañan, porque no pensamos adecuadamente y no tenemos en cuenta los pequeños detalles.

¿A quién no le ha pasado que en uno de esos días ha hecho o dicho algo que no debía? ¿O que ha tomado una mala decisión? ¿Ha discutido defendiendo una postura errónea? ¿O ha …? Evidentemente, en ese preciso instante pensamos que estamos acertados. Para empeorarlo, hacemos gala de una tozudez exagerada. Solo oímos, no escuchamos. Jamás escuchamos. No pensamos con claridad, y aún así nos aferramos a una idea con plena convicción.

Esto nos ocurre porque no hemos detectado ese estado de nubladez mental, o peor, lo hemos ignorado. Y cuando lo detectamos, lo sabio es dejar enfriar. Trata de tomar el menor número de decisiones, posterga hacerlo si no lo precisas en ese preciso instante, sé consciente del riesgo que entraña decidir en este estado (y más aún, decidir y actuar). Y escucha. Oír es un don, sin duda alguna, pero para pensar y decidir no es suficiente.

De nuevo, ¿A quién no le ha ocurrido que tras un suceso que podríamos relacionar con este estado mental, ha llegado a casa y su esposa/o, pareja, padre o madre, le ha abierto los ojos? Relatamos el suceso acontecido con nuestra mayor indignación aguardando una reafirmación plena de nuestra postura, y sin embargo la respuesta que recibimos de la otra parte se siente como una bofetada de realidad.

Una perspectiva nueva, quizá la misma que presentaba nuestro opositor en una discusión, pero que ahora percibimos de un modo totalmente diferente, en parte por cuándo la recibimos pero, sobre todo, por quien abre esa nueva realidad ante nuestros ojos.

Puede ser una persona a la que nos une un fuerte vínculo emocional, una persona en cuyo consejo confiamos, alguien que admiramos, o simplemente alguien a quien escuchamos.

Las palabras que brotan de su boca se nos abren ante nosotros de un modo que cuasi podríamos catalogar de sabiduría pura en ese instante, por mucho que nos pueda doler oírlas. En ocasiones lo son, en otras se trata de argumentos tan simples que nos deja absolutamente perplejos no haber tenido en cuenta. Pero en cualquiera de los casos, son palabras que necesitábamos escuchar.

Y en la mayoría de ocasiones, estas palabras se convertirán en verdaderas lecciones que quedarán grabadas a fuego en nosotros, porque errando se aprende. Trata de no llegar a este extremo. Pero si llegas, aprende a sacar lo mejor de ello, a conocerte un poco más, y a valorar como un tesoro el aprendizaje que te ha aportado.

Por último, agradecer a todas esas personas que tienen, sabiéndolo o no, queriendo o no, la capacidad de hacer que las escuchemos siempre, dándonos valiosas lecciones directa o indirectamente en muchas ocasiones. Para cada uno de nosotros son personas diferentes, y para cada uno de nosotros son personas importantes.

Si te paras, que sea para pensar

Qué frase: Si te paras, que sea para pensar. Motivadora y al tiempo un poco ridícula, porque si estás pensando no te has parado. No solo eso, sino que quizá estés avanzando más de lo que crees.

Qué poca importancia le damos a esto, y cuánto daño nos hace no tenerlo presente cada día de nuestras vidas. Nuestra firme creencia que relaciona avanzar con hacer, nos lleva a querer hacer más y pensar menos. Pensar no es trabajar, pensar no nos hace avanzar, pensar nos retrasa, si estás pensando no haces. Frases comunes, erradas.

Todos nuestros grandes logros a nivel personal y colectivo han comenzando pensando. Se han definido pensando, se han reconducido y se han dirigido hacia su meta pensando.

A la contra, ese proyecto que has abandonado en el momento que has decidido que no te aporta nada, lo has abandonado cuando te has parado a pensar. Y seguro que en muchas ocasiones, si hubieras pensado antes te habrías ahorrado mucho tiempo invertido sin retorno alguno.

Sabes que es así. Definir lo que quieres o debes hacer, el cómo hacerlo, o —no menos importante— lo que no quieres hacer, marcará tu camino. Sin esto, no hay camino, solo un mar inmenso de posibilidades en el que acabarás perdiéndote. Así que ya sabes, si te paras que sea para pensar.

Si no está en la agenda, no se hará

Una entrada escrita para el blog de Aprendiendo GTD con la intención de aportar alternativas al uso del calendario como único hogar para todos nuestros recordatorios.

El calendario es una herramienta excelente para alojar recordatorios que están basados en fechas o momentos concretos. Pero precisamente este hecho es el que hace que no sea la herramienta más apropiada para otro tipo de recordatorios que no se encuentran necesariamente vinculados a esta característica.

Producto de organizar estos recordatorios en esta lista, se dan una serie de consecuencias.

Por un lado, no finalizar lo que te has propuesto para una fecha concreta (pero que realmente no tiene porqué ser finalizado en la misma) te genera un trabajo de gestión extra, moviendo recordatorios entre unas fechas y otras.

Por otro, ese mismo hecho te genera estrés. Estás incumpliendo un compromiso, aunque sea un compromiso sin sentido.

Como añadido pero no menos importante, desvirtúas tu calendario. Es tu lista más restrictiva, la de aquellas cosas que debes hacer o saber en un día o momento concreto. Pero al generar tanto ruido alrededor mezclando fechas reales e inventadas te será más difícil determinar qué puede esperar y qué no.

A vueltas con Things3 y GTD®

Things3 —o Things, desde su primer versión— es una de las aplicaciones que primero llegaron al entorno Mac prometiendo ser «GTD® friendly».

¿Y es cierto? Lo es.

Pero no lo es porque Things sea capaz de hacer nada que el resto no pueden hacer, sino porque para convertirse en un gestor de listas apto para poder aplicar la metodología GTD® no hace falta demasiado. Todas lo son.

He pasado un tiempo utilizando Things3 como mi gestor principal de listas y te dejo algunas conclusiones.

En busca de la excelencia

Por todos es más o menos conocido que la tecnología, la automatización y la robótica avanzan a pasos agigantados. Ese futuro lejano ya no es lejano, nos tropezamos un poco contra el cada día. Tu opción: busca la excelencia.

En momentos como este, si nos detenemos a pensar podremos llegar a visualizar con mayor o menor claridad lo que nos espera en el ámbito laboral a un plazo corto, o medio. Muchos empleos desaparecerán tal y como los conocemos hoy en día (comenzando por los enfocados a labores más rutinarias y automatizables, y avanzando en muchos otros frentes paulatinamente).

Labores incluso que no se nos pasarían por la mente al primer impacto se verán afectadas. Pensar o decidir ya no serán en todos los casos un motivo eximente para la robotización, ya que en muchas ocasiones ese pensar o decidir no son sino el fruto del análisis de muchas opciones y elección de una o varias de ellas en base a criterios replicables. Y eso puede hacerlo una máquina. No solo puede hacerlo, sino que además puede hacerlo mejor.

Una máquina puede almacenar muchos más datos de los que nosotros podríamos, puede analizar en base a determinados criterios de un modo más rápido y con menor margen de error, y puede ejecutar determinadas acciones (muchas) con mayor eficiencia.

¿A qué conclusiones nos llevan estos datos?

Básicamente a una. El trabajo del futuro, para nosotros humanos, se asentará fundamental y casi exclusivamente en todo aquello que vincule el análisis y toma de decisiones.

Seremos muchos para hacer lo mismo. ¿Qué ocurre cuando una universidad tiene una enorme demanda de acceso? Ocurre que se utilizan criterios de selección. Eso mismo ocurrirá en este caso. El conocimiento, la especialización estricta y el buen uso en general de las armas necesarias para pensar, decidir, crear o diseñar serán los factores que sitúen las barreras en su lugar correspondiente. Barreras que unos traspasarán y otros (la mayoría) no.

Por todo ello, prepararse para el futuro implica especializarse, profundizar más y más sobre el conocimiento en áreas concretas y aprender a pensar. Implica ser realmente bueno/a en un área concreta. Avanzar, destacar, crear, innovar. Se trata de la búsqueda constante de la excelencia en un campo determinado, cualquiera.

Y la excelencia, es imposible sin pasión. ¿Qué te apasiona a ti?

¿Hacia dónde queremos ir?

Somos seres irracionales dentro de nuestra condición racional. Esa condición que nos separa del resto de seres vivos y que aparcamos por comodidad. Evitamos la pregunta, ¿Hacia dónde queremos ir?

Nos sentimos motivados para hacer aquellas cosas que rápidamente podemos tachar y dar por concluidas, aunque no nos lleven a ningún lugar (o peor aún, nos alejen incluso del lugar hacia el que deberíamos ir).

Sin embargo, dar un pequeño paso cada día para acercarnos a un objetivo meditado, estudiado, y que sí supone una meta importante para nosotros, es algo que nos cuesta terriblemente.

La luz cercana nos atrae, y no nos paramos a pensar qué nos aportará. Sin embargo la lejana nos repele, porque anteponemos la consecución de resultados inmediatos (aunque tales resultados sean irrelevantes) a un esfuerzo continuado por conseguir lo que de verdad queremos a largo plazo.

Necesitamos vencer nuestra fricción a pensar, a visionar lo que deseamos conseguir o llegar a ser. Ese es el momento de pensar en grande.

Necesitamos detallar qué debemos hacer para llegar a ese punto, y sobre todo debemos sobreponernos a ese “¿me apetece hacer esto ahora?” diario que nos aleja de nuestros más importantes intereses.

El momento de hacer también entraña pensar, pero pensar de otro modo, pensar en un radio mínimo. Pensar en pequeño. Es momento para pensar qué es lo más efectivo que puedo hacer ahora, en este preciso momento, pero no de cuestionar tus metas para eludir hacer lo que debes hacer.

Sin esto, siempre seguiremos siendo seres irracionales, bolsas de plástico vacías que el viento lleva hacia donde quiere, sin un rumbo propio. De este modo, nuestros objetivos nunca dejarán de ser objetivos, no habrá resultados jamás.

Jugando con Hazel y Slack

Juguemos un poco con tecnología. Por ejemplo, enviando información desde Hazel a Slack.

Si trabajas en la plataforma Mac seguramente sepas qué es Hazel —si no lo sabes, necesitas saberlo—. Y si eres una persona con cierto apego a la tecnología y vives en el planeta tierra, entonces conocerás Slack.

Si además de todo eso utilizas ambas, debes saber que se llevan bien. Te lo demuestro en Medium.

Para mí ha sido un descubrimiento ponerlas a trabajar juntas y recibir notificaciones en una sala dedicada de Slack de todos los cambios —o los cambios que me interesan— que Hazel realiza en mi ordenador.

Las utilidades de este pequeño truco pueden ser muchas y variadas. Quizá alguna te sirva.

Introduciendo Getting Things Done

Introduciendo Getting Things Done, o para que nos entendamos, GTD®.

He escrito esta entrada originalmente en Medium, la que ha sido mi casa durante un tiempo y que con sus luces y sombras me sigue gustando bastante. Si no sabes qué es GTD® con esta entrada puedes hacerte una idea de algunos rasgos que caracterizan a esta metodología de efectividad personal.

A vueltas con Todoist y GTD®

Algunas personas me han pedido una idea sobre cómo configurar Todoist como gestor de listas para aplicar GTD®. Aquí la tienes.

Revisión 2020:

Ahora que has llegado hasta aquí, seguramente estés buscando el modo de configurar Todoist como tu gestor de listas para tratar de aplicar la metodología GTD. He de decirte que con el paso del tiempo me he dado cuenta de la enorme sobre-complicación innecesaria que supone el modo de configurar esta herramienta que te propongo a continuación. He pensado en actualizar la entrada, e incluso en borrarla. Sin embargo, me he dado cuenta de que puede resultar muy útil para ti en el contexto adecuado.

Si a día de hoy re-escribiese esta entrada, escribiría algo muy parecido a lo que mi compañero y casi vecino Pablo Paredes ha escrito en el blog de Aprendiendo GTD, una fantástica serie sobre cómo configurar Todoist como tu gestor de listas para GTD. Haría algo diferente, pero en su base la entiendo una configuración más que adecuada. Te recomiendo encarecidamente su lectura, antes o después de leerte esta entrada.

Si te lees ambas, alcanzarás ese contexto adecuado en que esta entrada puede serte útil. Tómatela como un ejemplo de sobre-complicar algo que realmente es mucho menos enrevesado. La complejidad extra que yo propuse cuando escribí esta entrada es absolutamente innecesaria, te lo aseguro. Y tú también sufrirás esa tentación. Espero que la posibilidad que te brinda la lectura de ambas y la posibilidad de poder poner cara a cara lo adecuado y lo inadecuado te ayude a evitar ese océano de sobre-complicación en el que casi todas las personas caemos al montar nuestros sistemas.