El desacuerdo tiene, desde el punto de vista del aprendizaje, uno mucho mayor que el acuerdo.
Generalmente es lo que nadie busca. Las redes sociales se llenan de corazones, estrellitas y pulgares hacia arriba cuando alguien expone algo en lo que crees.
Es fantástico. Refuerza el sentimiento de pertenencia, te permite mostrar al resto que tú también te subes a ese barco y, como seres sociales, eso te resulta muy gratificante. Y si la idea compartida es tuya, recibir todo ese feedback positivo es el combustible que te anima a compartir una y otra vez.
El extremo opuesto se lleva mucha menos atención.
Algo que no encaja con tus creencias, el desacuerdo con lo que ves o escuchas, suele generar indiferencia y el intento de transición rápida a cualquier otro asunto que te gratifique.
Pocas personas lo miran con atención, tratando de comprender el razonamiento tras esa postura que no comparten.
Las que lo hacen aprenden más. Adquieren la capacidad de ver el mundo de un modo diferente, mucho más rico, abierto y diverso. Les ayuda a mirar de una forma diferente, y a estar siempre dispuestas a enriquecer su visión con la otros.
Existen pocas habilidades más enriquecedoras que aprender a observar y admitir todo lo diferente como una oportunidad de aprendizaje.