Es la contradicción cuando tratas de crear algo que de veras es lo que deberías haber creado. Enfocarte en lo que la mayoría quiere en lugar de aquello que realmente exprese tu visión de lo que debería ser.
Resulta difícil crear bajo determinadas condiciones, porque cada una de ellas aleja lo que produces de lo que debieras haber producido.
Y sin embargo resulta lo más habitual: estudiar qué quieren para entregárselo. Minimizar las probabilidades de fracaso a costa de pervertir el resultado.
La mayoría quiere lo que la mayoría quiere. Y sin embargo eso no quiere decir que esté alineado con lo que tú querrías entregar.
Si Vincent Van Gogh, Edgar Allan Poe o Emily Dickinson hubieran producido lo que la mayoría esperaba probablemente ahora ni tú ni la Wikipedia sabrían de su existencia. Sin embargo tomaron otro camino, el de producir aquello que se reducía a una minoría tan aplastante que consistía en una persona. Pagaron un precio muy alto.
Hemos aprendido de sus historias que, aunque tenemos una visión particular sobre cómo debería ser ese arte que podríamos producir, es necesario limarla e incluso despedazarla para que pase por el filtro de lo que la mayoría quiere.
Puedes verlo cada día reflejado en los estándares que se han creado. Historias idénticas (porque son las que la mayoría aplaude), páginas web idénticas (porque es lo que la mayoría quiere) o formatos idénticos (porque son los que los algoritmos, esos que pueden mostrarte a la mayoría, quieren).
Lo que ocurre es que el reconocimiento es caprichoso. Y si llega, no te brinda la libertad para producir lo que realmente desearías. Una vez te entregan un premio por pervertir tu visión, queda claro qué hacer para seguir cosechando éxitos o qué hacer si quieres jugártela con el fracaso.
Convertir tu arte en reconocimiento masivo es una consecuencia remota, fugaz y aleatoria cuando lo pones en primer lugar.