La sonrisa musculada

Estuve en casa de un amigo. Cuando llegué estaba haciendo algo de ejercicio.

Lo hace frente a la Tv y está suscrito al servicio de Apple Fitness. Aún le faltaban 5 minutos para terminar con su rutina de entrenamiento así que, como no teníamos prisa, le pedí que por favor terminase tranquilamente.

Y lo que vi me sorprendió.

Una persona esbelta, bien parecida, y con una sonrisa inmutable en la cara mientras gritaba y animaba a cualquiera que estuviese siguiendo sus indicaciones. Muy esbelta. Muy bien parecida. Y con una sonrisa enorme. Su cara parecía tan acostumbrada a esa sonrisa que no me resultaría extraño que durmiese con ella.

Es muy probable que bajo esa fachada se escondan problemas financieros, una crisis de pareja o simple desánimo. Las cosas corrientes que le ocurren a la gente corriente.

Evidentemente que ocurra cualquiera de esas cosas no le importa a sus espectadores y la profesionalidad obliga. Pero si existe un término que jamás podría asomarse por esa pantalla en ese momento es el de naturalidad.

Tal vez yo sea una persona extraña, una minoría que no encaja con ese tipo de marketing. Tal vez, de hacer uso de un servicio de ese tipo, querría a una persona normal. No mal encarada ni mucho menos, simplemente normal. Como el 99,99% de las que están al otro lado.

Una que sude con sus espectadores, y que no parezca obra de algún tipo de IA. Una que sea como yo y que pueda encontrarme con facilidad en cualquier gimnasio de barrio de cualquier ciudad del mundo. La manada rebelde seguía a Braveheart porque salía a sangrar y morir con ellos. Porque era, sentía y se comportaba como ellos.

El exceso siempre resulta perjudicial. Y las fachadas. Y cada vez ocurre más.