Es posible que no hayas oído hablar del Efecto Zeigarnik. Tiene su origen en un estudio llevado a cabo por Bliuma Zeigárnik junto a Kurt Lewin publicado en 1927, en la revista Psychological Research.
Kurt observó que los camareros parecían recordar mejor los pedidos que aún estaban pendientes (no habían sido servidos o pagados) que los que estaban cerrados. Esto se ha vinculado a las situaciones cotidianas, que seguro que has experimentado, en que dejar algo a medias produce malestar y, por tanto, se recuerda mejor que lo completado.
Este precedente llevó a realizar otra serie de pruebas, por ejemplo con problemas matemáticos resueltos por los participantes mezclados con otros en que se les obligaba a detenerse cuando aún estaban a medio resolver. Los resultados arrojaban que los participantes parecían recordar mejor aquellos inconclusos que los que habían terminado, independientemente del orden.
Las fuentes especializadas apuntan a que todas estas pruebas no arrojan datos definitivos sobre la memoria, sin bien es cierto que todo el mundo ha sufrido episodios que vienen a confirmar que, por un motivo u otro, un pendiente contribuye a crear un vínculo memorial o emocional más fuerte.
Y con el Efecto Zeigarnik y los pendientes tiene mucho que ver algo que quiero contarte hoy.
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