En ocasiones ocurre. Quieres aprender sobre algo, lo intentas, algo no va bien y te frustras. Una y otra vez. Hasta que, si eres suficientemente persistente, llegas a algo que parece funcionar. No has añadido nada, no has buscado tres pies al gato ni has implementado soluciones que no eran necesarias. Solamente has consentido. Resulta curioso saber que siempre ha estado ahí y no eras capaz de verlo.
Existe una situación en que nos permitimos arrastrar con suma facilidad. En el fondo sabemos que deberíamos agarrarnos y no permitir que esa corriente nos arrastre, pero nos sentimos bien dejándonos llevar.
Cuando nos disponemos a hacer un esfuerzo, deseamos pensar que lo estamos haciendo por algo que lleva nuestra marca. Buscamos el modo de grabarla, exista un lugar para ella o no. Si no existe, lo creamos. Nos gusta pensar que todo estaba incompleto hasta que esa marca ha aparecido, que todo ha mejorado y que ahora, sí que sí, nuestro esfuerzo está fundamentado.
Pero nos encontramos con que algo no funciona e imprimimos nuestra marca con más fuerza. Necesita más de nuestra propia cosecha para funcionar. Nos dejamos arrastrar por ese bucle en que cada vez todo funciona peor, y solamente cuando no encontramos modo de imprimir más de nuestra propia esencia admitimos que tal vez estamos haciendo algo incorrecto.
Probarlo sin nuestra marca es la última opción, solamente reservada para algunas personas que consiguen localizar una pizca de humildad escondida en alguna parte. Sorprendentemente funciona, y siempre ha estado ahí. Has superado un escalón más, y si realmente aprovechas este aprendizaje para situaciones futuras, serán dos.