En redes profesionales se habla mucho sobre líderes y liderazgo. Son muchas las creencias incorrectas acerca de esta figura, por un lado por la intención con mayor o menor consciencia de mitificarla, y por otro por esa asociación liderazgo/mandato que todo el mundo parece haber asumido que no existe y, sin embargo, sigue tan presente como trasfondo de la mayor parte de discursos.
Sobre líderes se ha hablado y habla mucho, pero no siempre esas palabras describen a la figura detrás. Dos ejemplos:
Un líder jamás se presenta como un líder, porque sabe que «líder» no existe como término global y reconoce el derecho de las personas a elegir los suyos propios. Presentarse como un líder desequilibra en la balanza el peso de ingredientes necesarios para serlo: una humildad por debajo de lo necesario y un ego por encima del recomendable.
La figura del líder no se lidera a sí misma, porque por definición liderar implica colectividad. Tiene unos valores y propósito bien definidos, además de seguridad y autodeterminación para comportarse acorde a ellos. Ese conjunto es el que dota de coherencia su comportamiento y genera confianza en el resto.
Los y las líderes, entendidos dentro del marco sociolaboral, son personas que se ganan el derecho a liderar. Es una figura que jamás viene impuesta, sino que son el resto en pleno ejercicio de sus libertades quienes eligen seguirle.