¿Recuerdas como aprendiste a montar en bicicleta?
Asumiste riesgo. Fuiste constante. Te caíste y te levantaste. Y de nuevo, en bucle. Hasta que llegó un momento en que montabas en bicicleta.
No te intimidaste. Ni te justificaste para abandonar, diciendo que no merecía la pena. Porque la merecía. De hecho, en ese momento no existía nada más importante en tu vida que mantenerte en marcha y equilibrio, sin caerte.
Saboreaste el éxito al alcanzar ese momento. Y puedes recordar cómo te sentiste. Encontraste el modo de vencer al miedo y la gravedad.
¿En serio no te gustaría repetirlo? ¿De veras no merecería la pena?