Cuando alguien te pregunta a qué te dedicas, es común que la respuesta sea tan rápida como tres o cuatro palabras. En función al contexto, es posible que sea la respuesta más adecuada. Pero eso no suele demostrar gran entusiasmo.
En pocas ocasiones te detienes a profundizar más. Cuando lo haces, la salida más habitual consiste en una definición al vuelo de tu gran proyecto actual, una centrada en la operativa más común y básica, o incluso que derive rápidamente en un listado de diferentes problemáticas asociadas al puesto. Diferentes salidas al qué, por qué o cómo.
Lo que es realmente poco frecuente —y fantástico poder escuchar— es algo tan sencillo como: qué hago – para qué lo hago. Cuando existe entusiasmo siempre aparece el para qué. Lo pone todo en su lugar.