Un detalle puede cambiarlo todo

Llevas tiempo deseando abrir tu propio negocio y por fin has tomado la decisión de hacerlo. Has asumido riesgos, has incurrido en gastos y has trabajado sin apenas descanso durante un tiempo para conseguir verlo materializado. Has alquilado un local, humilde, pero lo has adaptado a la perfección, lo has decorado exquisitamente y llevas semanas ocupándote de los preparativos para la gran inauguración.

Y ahora que lo tienes todo listo, fijas una fecha, la anuncias, e inviertes en publicidad. Todo el mundo debe enterarse de lo que se perderían si no acuden. Llega el día y los nervios apenas te permiten respirar, pero tienes la convicción absoluta de que no dejarás a nadie indiferente. Mucha gente lo amará, tienes una convicción absoluta. Pero inauguras y apenas viene nadie.

Quizá has tratado de vender artículos de lujo en un barrio obrero, o artículos de saldo y baja calidad en un barrio lujoso. Quizá vender artículos de papel en un lugar con un fuerte arraigo ecologista, o disfraces en un lugar donde la media de edad casi triplica la tuya. Incluso es posible que hayas osado tratar de vender material de pesca en un lugar de interior, sin ríos cercanos. Solamente un detalle entre tantos, no podría importar demasiado.