Corremos. A todas horas, desde que suena el despertador hasta que cae la noche y el silencio regresa una vez más. Mejor tiene poca cabida en nuestra ajetreada vida.
Definimos hecho y luego pasamos a otra cosa. Y continuamos corriendo.
Hecho es mejor que no hecho. Pensar demasiado pospone el hecho, frena la actividad. Se pierde la inercia y para arrancar de nuevo se precisa esfuerzo.
Sin embargo, algunas cosas son demasiado importantes para permitir que sea la inercia quien las defina o marque profundamente.
Antes de arrancar la marcha, existe la posibilidad de lanzar varias preguntas: ¿y qué o quién podría ayudarme? ¿y por dónde podría comenzar? ¿y qué necesito y aún no tengo para hacerlo?
Pero existe una que es la mejor de todas. La que no deberías obviar bajo ninguna circunstancia en este tipo de casos, y que además debería ser necesariamente la primera de ellas.
Es parte fundamental de la definición de hecho con que has comenzado. Sin ella, no deberías dar hecho por definido jamás. Es la que abre la última puerta que necesitas para comenzar a construir el resto: ¿y qué sería mejor aún?
Cuando te la has hecho y repetido las veces necesarias, habrás alcanzado un hecho de calidad. Ahora puedes construir sobre una base que merece tu trabajo.