Simple y complejo

En ocasiones el ser humano se comporta de un modo curioso, convirtiendo simple y complejo en ambas caras de lo mismo.

A lo que ve simple trata de darle un par de vueltas de tuerca, porque se niega a admitir que algo simple pueda resolverle un problema complejo.

Y una vez que le ha dado ese par de vueltas —por supuesto mal dadas— termina por abandonar, porque ni comprende lo que ha creado, ni sabe muy bien de qué modo utilizarlo.

Ahora la situación es la inversa, ya no se trata de algo demasiado simple de dudosa capacidad resolutiva, sino de algo complejo de dudosa coherencia y utilidad.

Y aquí llega. Simple y complejo se convierten en estados de una misma cosa, tras pasar por diversos procesos de construcción y deconstrucción. Procesos en círculo en que, a cada paso, algo originalmente simple se corrompe más y más.

Y así se termina con un cóctel letal. Un rechazo inexcusable y un olvido capital.

Un ser humano que rechaza la complejidad que él mismo ha creado por no admitir válida la simplicidad funcional que ya existía. Y la resolución a un problema que en algún momento había sido protagonista, y ya no recuerda.