Límites y su ausencia

En el mundo de la efectividad es frecuente hablar de límites. A qué decir y a qué decir no. A qué asignar cuánto. O a qué y de qué modo asignar cuándo.

El cuándo también es uno de esos límites. No solamente viene determinado por el establecimiento de un momento concreto, sino que además se ve condicionado profundamente por la existencia de rangos temporales. Por ejemplo, una fecha de vencimiento. En el momento en que esa fecha existe, ya tienes tu rango: entre hoy, ahora, el momento a partir del cual puedes hacer algo, y el momento en que eso vence.

Es habitual leer acerca del flaco favor que generalmente podría hacerte establecer fechas límite autoimpuestas. Aquellas que no vienen condicionadas por una necesidad o compromiso externo que marcan un hito a partir del cual existe una consecuencia desagradable real. Puede tener sentido. Después de todo, ¿por qué obligatoriamente hoy si puede ser mañana, pasado, o la semana que viene?

También es frecuente encontrarse con otros puntos de vista. Por ejemplo, aquel que se ve representado a través de la Ley de Parkinson. El trabajo siempre se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización. Invita a marcar límites. Marcar una línea y entregar. Fin. Puede tener sentido.

Ambos pueden tenerlo. Y lo tienen. Cada uno de ellos bajo determinadas circunstancias. De tu mano queda determinar cuál para cuándo y que situación se beneficiará más de uno u otro. Después de todo, quedarte con los qués, cómos, cuántos, cuándos y para qués adecuados es lo que te convierte en una persona efectiva y, por fortuna o desgracia, no están escritos en ningún lugar.