Confusión

Existe un propósito. Con frecuencia se desconoce, se olvida o se tiene poca claridad respecto al mismo. Con frecuencia se esconde y con mayor frecuencia se ve corrupto.

Está ahí, esperando abrazar lo que personas y organizaciones hacen para imprimir un poco de sí en cada acto, cada día y cada hito. Pero con frecuencia se siente olvidado, menospreciado y solo.

Mucha gente habla de él, definen de forma clara lo que no es. Lo maquillan, lo tergiversan o directamente lo repudian en pro del discurso políticamente correcto, esperado, o simplemente conveniente.

Crear confusión trae confusión. Defender sostenidamente que eres lo que no eres, que haces lo que no haces o que persigues lo que no persigues, termina por cambiar lo que eres, lo que haces y lo que persigues.

Y la confusión pasa factura. El propósito castiga la renuncia, la mentira y la soberbia. No es posible engañarle. Castiga desprecio y menosprecio.

Por eso ocurre lo que ocurre y por eso lo que debería funcionar no funciona.