En un mundo que cambia constante y rápidamente, dar una respuesta ágil a las novedades que así lo requieren se ha convertido en una necesidad.
Ágil es una característica preciada en muchos entornos o situaciones. Puede marcar la diferencia entre balance positivo o negativo, entre resultado beneficioso y perjudicial. Sin embargo, no siempre una respuesta ágil es adecuada. Ni siquiera tolerable.
En ocasiones, hay factores más importantes y adjetivos que deben anteponerse. La agilidad tiene, generalmente, poco sentido como un qué en sí misma. Y en pocas ocasiones lo tiene como un para qué. Casi siempre forma parte del cómo. Y un cómo siempre está subordinado y condicionado por el qué y el para qué.