Quizá las palabras no sean exactamente objetivas y subjetivas. Quizá sean estrictas o flexibles. O quizá debieran categorizarse por el margen de error en la medida.
Pero la cuestión es que son diferentes.
Tú, que has implantado GTD® en tu vida, te dispones a hacer una revisión a mayor altura de —al menos, alguno de los niveles superiores de— tu vida. Y, por ejemplo, te enfocas en tu rol como marido, esposa o pareja.
Te centras en pensar qué está pasando exactamente en tu vida en pareja. En qué punto se encuentra, cómo ha evolucionado en las últimas semanas o meses, o qué sientes exactamente al respecto de su estado actual. Qué funciona, qué no funciona, qué puedes mejorar, qué necesitas que cambie o cómo deseas enfrentarte a ella cuando la revises de nuevo. Y extraes conclusiones.
Pero existe otro modo. Categorizar todo aquello que haces y vincula a este área, y llevar un registro exhaustivo de eso que has hecho. Anotar incluso aquello que haces que trasciende a tu vida en pareja y ha vivido efímeramente, ha llegado y se ha marchado sin dejar rastro explícito en tu sistema. Anotar una mirada y su huella, algo que tan breve y espontáneo puede crear un impacto —positivo o negativo— mucho más fuerte que el resultado de decenas de recordatorios que has ido tachando con el paso de los días.
Puedes hacerte con todos esos datos y enfrentarte a ellos. Por arriba, por abajo, por la derecha y por la izquierda. Datos precisos, objetivos, concretos. Y con todos ellos, puedes no tener nada de lo que realmente te interesaría tener.
Existen espacios en que los datos no pueden ganar la partida a las sensaciones. Recogerlos no es eficiente ni saludable, y disponer de ellos no garantiza las respuestas correctas. Si confundes espacios, trabajarás mucho para obtener nada.