En ocasiones, es necesario aprender a base de errores. Y una de ellas es, en muchos casos, el modo de gestionar lo que se conoce como la buena voluntad.
La buena voluntad puede generar consecuencias deseables solamente cuando se introduce en el momento oportuno y en la medida adecuada. Lleva a cabo un proceso de pensamiento aislado sobre ella y posteriormente introdúcela. Cuando lo hagas, ten en cuenta que el hecho de que sea recíproca es un dato determinante para establecer en qué medida hacerlo.
En determinadas situaciones, muchas personas hemos cometido este error incluso habiendo afrontado el proceso con éxito previamente. Sin embargo en algún momento ha llegado alguien en quien, por algún (irracional o desinformado) motivo, hemos confiado más allá de lo recomendable. Hemos calculado una reciprocidad que no existe. Y en ese momento la buena voluntad ha dejado de serlo para convertirse en otra cosa.
Cuando alguien apele a tu buena voluntad —directa o indirectamente— tratando de convencerte para que hagas algo que ella misma no está dispuesta a hacer, cierra las puertas de tu confianza de inmediato. No conozco un solo caso en que la persona que confía no termine por arrepentirse antes o después, cuando esto ocurre. A más tarda en arrepentirse, más se arrepiente. Pliega velas. Quizá nunca sepas lo que te esperaba, y quizá sea mejor que nunca lo descubras.