¿Quién rompe la primera lanza?

Conversar con personas que usan GTD® es tremendamente enriquecedor. En torno a la metodología se forman conversaciones en que los detalles cobran gran importancia.

Esto ocurre porque las personas que usan GTD® disponen de un sistema orientado a la gestión de su vida.

Cuando ese sistema —o alguna parte del mismo— traspasa las barreras de su intimidad, cuando comparten cómo tratan algo específico o con qué tipo de problemas se encuentran, esas personas están compartiendo —sin darse cuenta en la mayor parte de ocasiones— detalles significativos sobre su vida. Detalles sobre cómo la perciben, y en consecuencia cómo tratan de mantenerla enfocada y bajo control.

Un ejemplo de ello es cómo cada persona define las listas por contexto de sus Siguientes Acciones. El cómo hace esto aporta mucha información. Y aunque muchas de ellas saben perfectamente que un contexto se define como la herramienta, lugar o persona que necesitan tener accesible para poder ejecutar las Siguientes Acciones organizadas en cada una de esas listas, un gran porcentaje sigue aplicando otro tipo de filtros. Por ejemplo, uno que les ayude a separar cuáles de esos recordatorios vinculan a su área profesional o al personal.

En la mayor parte de ocasiones citan un mismo motivo fundamental para ello. Éste es el poder acceder de forma rápida y sencilla a lo que deben hacer cuando se encuentran en modo trabajo, o cuando se encuentran en modo no trabajo.

Yo siempre he defendido el hecho de que esto no tiene sentido. No lo tiene desde la situación idílica conceptualmente hablando. Pero a poco que se profundiza más, resulta que sí lo tiene.

No lo tiene para mí, porque gestiono mi propio negocio y mi barrera entre personal y laboral no existe como limitación —ni impuesta ni auto-impuesta—. No existe porque la he desterrado, no es útil, carece de todo sentido en mi caso. Necesito saber qué he tomado la decisión de hacer y qué puedo hacer ahora. Otro tipo de parámetros quedan en segundo plano. Los valoro a la hora de elegir qué hacer o no hacer, pero en absoluto siento la necesidad de explicitarlos en mi sistema.

Sin embargo, comprendo que otras personas se encuentran en otra situación. Personas que trabajan por cuenta ajena y a quienes, en muchos casos, se les exige una dedicación total y absoluta a su área laboral durante un bloque acotado en el tiempo. Y durante su estancia en un lugar, ese al que llaman su trabajo.

No es difícil comprender como esa premisa estricta —y restricta— genera una respuesta equivalente en sentido contrario. Existe tiempo o lugar —o ambos— para el trabajo, y por tanto existe tiempo y lugar para el no trabajo.

Cambiar esto se ha convertido ya en una necesidad. Pero el cambio debe buscarse en la premisa que genera la reacción, cuando en general se hace en una reacción que seguirá siendo inevitable si nada antes cambia. La realidad es que la mayor parte de organizaciones siguen mirando al lugar incorrecto. Siguen basándose en premisas incorrectas. Siguen pidiendo más de lo que dan. Se niegan a arriesgar para mejorar.

Una llamada para un cita médica puede ser necesaria. Una cita en el taller también. Incluso una visita al banco. Y nada de ello es incompatible (en muchos puestos) con resultados excelentes. Una llamada personal breve puede ayudar a arrancar una serie de llamadas de ámbito profesional. De una ruta en bici puede surgir una increíble idea para un proyecto profesional. Una persona inspirada puede crear lo que vale una vida dedicada al trabajo en una hora. Pero nada es posible sin confianza. Nadie da si no recibe.

Gestionar una organización de cualquier tamaño requiere atención sobre aporte y resultados, no sobre tiempo o espacio. Incentivar aporte y crecimiento en lugar de limitarlos. Y quien tiene la posibilidad de impactar en este punto de la cadena es quien puede generar cambio. Es quien debe dar ejemplo para que el cambio se produzca. Lo contrario es mirar a otro lado y esperar que el milagro se produzca.

¿Quién rompe la primera lanza?