Tratar de aprovechar todo aquello en que has invertido algún tipo de recurso y puede serte útil a futuro es una excelente práctica. Pero el uso del material reutilizable también requiere, en ocasiones, de puntualizaciones.
El beneficio implícito en su reutilización es obvio. Has tenido que trabajar para crear algo que, en caso de repetirse la necesidad o darse una similar, tendrías que volver a crear si no conservas. Un ejemplo claro podría ser un checklist, una lista de comprobación vinculada a un procedimiento cualquiera. Este no es el único beneficio de conservarlo, por supuesto. Pero hoy te hablaré de éste.
Disponer de esa guía te permitiría, incluso, poder hacer adaptaciones y crear diferentes variantes para las ocasiones que en se den determinadas situaciones similares pero no iguales.
Pongamos el ejemplo de un checklist para preparar tu maleta de viaje. Si documentas el proceso, la próxima vez que tengas que preparar tu maleta podrás aprovechar sin esfuerzo tu experiencia previa. Detectar errores en las primeras ocasiones en que hagas uso de este procedimiento te permitirá perfeccionarlo para no volver a cometerlos. Y crear variantes —por ejemplo, para viajes de trabajo o de ocio— te eximiría de tener que volver a pensar en detalle sobre las diferencias fundamentales entre una y otra situación en el futuro.
Sin embargo, no caigas en el error de depositar tu confianza plena en el material reutilizable. Existe una pregunta que deberías hacerte en toda ocasión en que te apoyes en algo rescatado de tiempos pasados, sea lo que sea. No sólo procedimientos, cualquier cosa. Sin formularte esa pregunta podrías caer en un gran error. Y esa pregunta que jamás deberías obviar es: ¿Qué ha cambiado?