Actitud de vida

El ser humano es curioso. Poco coherente en su actitud de vida, en ciertos sentidos.

Cuando estás en el gimnasio, o corriendo en medio de ninguna parte mientras te pierdes en la naturaleza, sueles mostrar un espíritu de superación encomiable.

Es cierto que, en ocasiones, te cuesta arrancar. Pero cuando lo haces todo fluye. Una repetición más. Una zancada más. Otro minuto de esfuerzo máximo. Cumples. No hacerlo significaría tener que darte explicaciones sin poder evadir ese sentimiento de culpabilidad que conoces, porque en alguna ocasión —pocas— te has enfrentado a él.

No quieres sentirte así, porque conoces el otro extremo. El agotamiento físico pero acompañado de una increíble satisfacción porque has cumplido. Has llegado a esa repetición más, a esa zancada más, a ese otro minuto al máximo.

Reproducir esta sensación es, en parte, lo que te levanta de la silla para ir al gimnasio cuando no te apetece. Y lo que te ayuda a salir a correr cuando llueve. Esa sensación de bienestar es una droga que merece el camino que has de recorrer.

Sin embargo, ante otros aspectos de tu vida no te levantas de la silla. Cualquier justificación vale. Que esté nublado basta para no ponerte las zapatillas. La satisfacción por arrancar, por ver que hay detrás de otra repetición o de otra zancada, o de otro duro minuto, pesa menos en la balanza.

Una actitud de vida diferente. Y una pregunta incómoda. ¿Por qué? ¿Lograr que tu vida camine por donde deseas que lo haga no es suficiente? ¿Quizá nunca has sentido satisfacción a ese nivel?