La vida es cambio, de eso no cabe lugar a dudas.
Y dado que el cambio es una constante en tu vida, la actitud con la que afrontas el mismo es una variable que tiene una transcendencia desmesurada sobre cómo te sientes o comportas.
Cuando visualizas un resultado y te encuentras tratando de avanzar hacia el mismo, algo cambia. Todo el tiempo. En ocasiones, el cambio te impulsa y beneficia. En otras te paraliza o desvía. Hay ocasiones en que tú produces cambio y ocasiones en que se produce al margen de lo que hagas.
Tu actitud sana, la práctica que te beneficia, siempre se encuentra tras el cómo que vive a la sombra del para qué.
El para qué te diriges a donde te diriges es la clave fundamental a la que cada movimiento que hagas debería estar sometido. Y con cada cambio relevante en el camino tu para qué podría verse de algún modo alterado, por lo que es necesario que lo sometas a una evaluación constante.
Con tu para qué claro, el cambio da paso al cómo. ¿Cómo regreso a mi rumbo deseado? ¿De qué modo (cómo) sigo avanzando hacia mi meta? ¿Cómo reconduzco esta situación?
Con demasiada frecuencia las personas se desvían hacia el porqué. El porqué es victimismo en general. Tiene su utilidad, pero no hoy, no ahora. Tiene utilidad a futuro. El análisis post-mortem de una situación puede brindarte información para evitar que determinados cambios o sus efectos indeseables no se produzcan de nuevo, cuando esté en tu mano.
Sin embargo, lo que te interesa hoy, ahora, es reconducir la situación y seguir avanzando hacia lo que tienes claro que deseas que ocurra.
Metodologías como GTD® te ayudan, a través de tu trabajo en una serie de hábitos y comportamientos, a centrarte en el para qué y en el cómo, dejando en un segundo plano el porqué. Y lo hacen asumiendo que todo cambia, todo el tiempo.