Un domingo de junio, 5:30 am. Te has levantado, te haces un café. Te acercas a la ventana.
Miras a la calle, al mundo exterior. Aún gobierna la noche, llueve intensamente. Todo en calma, sin ruido más allá de la lluvia golpeando con furia el suelo, los coches, las farolas. Es un sonido constante, incluso relajante.
Las vidas de la mayor parte de las personas han hecho un paréntesis, descansan en sus camas mientras tú observas el vacío, la nada, la quietud.
De repente, un coche aparece por el cruce. Avanza despacio, titubeante. Lo observas con curiosidad hasta que termina por dar un giro y desaparecer en otro cruce.
De nuevo la calma, la quietud. Hasta que ves a una persona correr calle abajo mientras sostiene algo con las manos por encima de su cabeza, tratando de burlar la lluvia. Observas atentamente sus movimientos mientras piensas a dónde irá esa persona a estas horas, bajo la intensa lluvia.
No puedes saberlo, claro; en cierto modo te consuela saber que no tienes una respuesta porque es imposible que la tengas. Desaparece calle abajo, y de nuevo paz, calma, quietud. Cualquier domingo de junio a las 5:30 am podrías ver esto, con tu taza de café en la mano.
El vehículo y la persona que has visto no tienen nada excepcional. A las 5:30 pm hubieran pasado inadvertidos para ti, serían total y absolutamente invisibles, se perderían entre un mar de movimientos comunes. Pero en este momento han captado toda tu atención.
No es mérito propio, el entorno les ha brindado todo su protagonismo. La sepulcral paz de las 5:30 am convierte cualquier movimiento en llamativo, relevante, excepcional. Del mismo modo en que sería excepcional la misma paz a las 5:30 pm, cuando la previsible constante es el movimiento indiscriminado.
El entorno tiene un gran poder transformador. Puedes buscar el adecuado, y puedes tratar de facilitar que ocurra. Nada impacta igual en entornos diferentes. Quizá quieras tenerlo en cuenta.