Ya lo has experimentado en muchas ocasiones, pero aún así tropiezas, y tropiezas, y vuelves a tropezar con la misma piedra.
Cuando llega a tus manos algo urgente, te pones a tratar de resolver ese asunto tan rápidamente que ni siquiera te tomas un momento para evaluar si realmente es tan urgente. Y algo no es urgente porque lo parezca, porque alguien te lo diga o porque socialmente se asuma que así sea. La consecuencia es que en ocasiones te pasas el día apagando fuegos que realmente aún no son ni chispa.
A continuación, inicias el camino hacia la resolución de ese asunto tan urgente sin apenas tomarte un segundo para pensar qué sería realmente lo mejor que podrías hacer para avanzar hacia su resolución en este momento concreto y en las circunstancias en que te encuentras. A causa de ello, apenas se produce avance. Y eso si tienes la suerte de avanzar, porque en ocasiones simplemente inviertes recursos en la dirección equivocada.
Y por último, te pones en marcha de forma torpe tratando de arañar segundos a los segundos para terminar por darte cuenta de que de ese modo terminas por tardar más que serenándote y abordándolo con calma.
Malas elecciones, una tras otra. Y te ocurre una y otra vez. Te das cuenta, juras y perjuras que no volverá a ocurrir pero no tardas en encontrarte de nuevo pensando en lo mismo de nuevo.
Las prisas son malas compañías. Para. Prisa mata. Eso oirás si te vas al Desierto del Sahara. Sabiduría popular forjada a través de los siglos en un lugar donde el tiempo para pensar sobra. Grábalo en tu mente y repítetelo en cada ocasión que las prisas llamen a tu puerta: Prisa mata.