Finanzas personales

Seguro que tienes tus finanzas personales más o menos controladas.

Dispones de unos ingresos y ahorros finitos. Y al otro lado se encuentran tus gastos. Algunos los consideras ineludibles, aunque seguro que si tus ingresos se redujesen drásticamente valorarías —y harías— cambios sobre esa actual percepción de ineludibles. Luego se encuentran otros de los que podrías prescindir pero no quisieras. Y más allá otra categoría de gastos más, aquellos superfluos que te permites en más o menos ocasiones.

Y dentro de cada una de esas categorías están escalados. Entre los ineludibles, los hay más ineludibles que otros. Y entre los superfluos ocurre lo mismo.

Si por un momento pudieras olvidarte de tus ingresos, alzarlos hasta el cielo y más allá, tus gastos crecerían. Seguramente mucho. Pero la realidad obliga.

Lo tienes claro. Existe un activo que preservar y la curva no puede —no debe— invertirse.

Si está tan claro, ¿por qué motivo no haces lo mismo con tu atención?

Las diferencias entre su gestión y la de tus finanzas personales son mínimas. Un activo finito a preservar e infinitas opciones en las que invertir. Algunas aportan mucho, otras poco y otras nada.

Sin embargo, por algún motivo este caso no es tan evidente. O tan apremiante. Se sobrevive gestionándolo de forma poco adecuada. Gastas, derrochas tu atención sin tener en cuenta si el destino la merece, ni cual es tu saldo. Estás dejando de pagar el recibo de la luz para salir a cenar a un restaurante. Y esto tiene un coste que cada día se torna más y más evidente, por mucho que mires a otro lado.