Medir y competir

Si algo se puede medir, se puede mejorar. Una sentencia tan cierta y útil como peligrosa para el ser humano. Peligrosa porque en cantidad de ocasiones, nuestras debilidades nos llevan mucho más allá. Si se puede medir se puede mejorar, también comparar y por tanto competir. Medir y competir aporta, y es sano hasta que deja de serlo.

Somos animales competitivos por naturaleza. Ocurre que casi siempre elegimos mal contra qué o quién competir.

Siempre habrá alguien más alto que tú. Y más bajo, más guapo, más feo, que tenga o gane más dinero, y que tenga más reconocimiento. Siempre habrá quien sepa más que tú de algo concreto, y siempre habrá alguien esperando competir contra ti.

Te preocupa. Con llegar a coger algo de tus muebles altos de cocina sin necesitar una escalera ya tienes toda la altura que necesitas. Pero te preocupa. Quizá el dinero que ganas cubre tus necesidades e incluso te permite ciertos (o muchos) lujos, pero te preocupa. Y quizá tienes todo el reconocimiento que te ganas, mereces y necesitas, pero te sigue preocupando.

La comparativa te absorbe, inquieta e incluso obsesiona. Necesitas verte encabezando el ranking y para ello haces lo que sea. Cualquier tipo de competición se convierte en el centro de tu vida. No te das cuenta de que te dejas arrastrar. Dejas de prestar atención a la única competición que importa.

Te centras en el número de pases que has facilitado, o de goles que has metido. En si la parte de ese informe diseñada por ti es la mejor, la más llamativa, la que se llevará la gloria. Pero lo que cuenta es ganar el partido, y que la junta directiva apruebe ese proyecto. No sabes apreciar uno sin otro, porque para ti la victoria plena es individual.

En muchas ocasiones, medir y competir no aporta. Ni importa. Lo que importa es ser mejor en lugar de ser el mejor. Nunca serás el mejor padre o madre, el mejor profesional, ni quien más sabe. Pero puedes competir donde importa. Puedes ser mejor (en todo) que ayer. Cada día. Así sí ganas.