¿Dónde está la línea entre poco y mucho? ¿Dónde estaría entre mucho y demasiado? ¿Cuándo te referirías a algo como ocasional? ¿Y en qué ocasiones como frecuente? ¿Y entre bueno o malo, entre común o impactante, o entre bueno y fantástico?
Hay ocasiones en que puedes medir y otras en que no. Hay ocasiones en que puedes y debes y también hay ocasiones en que puedes y no necesitas hacerlo.
Lo que se puede cuantificar se puede medir. Lo que se puede medir se puede porcentuar, y de ahí a definir rangos o escalas objetivas ya sólo queda un paso. Pero, ¿realmente esto es necesario en determinadas situaciones?
En ocasiones tu poco, mucho o demasiado —con toda la subjetividad que rodea a esos términos— te es más que suficiente para hacer el análisis o tomar la decisión que necesitas. En ocasiones el detalle, el rigor o los números aportan menos que cuestan. Apenas trascienden en los resultados.
Hay personas que se pierden en medio de la recolección y análisis de datos que puede suponer disponer de toda la información posible. Toda, la mayor cantidad posible, la más actualizada. Esas personas siguen tomando decisiones incorrectas cada día —comenzando por no saber en qué punto parar de recoger una información relevante que puede tender al infinito—. Y, además, les cuestan mucho más. Es agotador.
Tu mejor opción no es todo (ni nada). Ni siquiera es bien (ni mal). Tu mejor opción se encuentra en algún lugar en medio de todo ello y lamentablemente no existe una fórmula. Tratar de hacer todo, de medir todo, de detallar todo, o de hacerlo todo bien es buscar el patrón y universalidad que no existen. Es trabajar para evadir la responsabilidad sobre el detalle clave que realmente importa: encontrar el punto adecuado y suficiente dentro de la parábola que dibujan datos, análisis y toma de decisiones. En ocasiones correcto es dejar de buscar intensamente el espejismo de la corrección.