Confiésalo. Te incomoda profundamente. En ocasiones llega incluso a paralizarte. El estrés por no saber a dónde ir es una constante que amarga cada recorrido que se presenta ante ti.
Imagina que te encuentras en una ciudad desconocida y necesitas ir desde donde te encuentras a otro punto a un par de kilómetros. Sales a la calle y no sabes en qué dirección comenzar a caminar. No tienes móvil, ni Google Maps. Pero te permiten darle un vistazo rápido a un mapa en papel, un par de minutos.
La adrenalina se dispara. Necesitas situar en qué punto te encuentras y también a qué punto te diriges. A partir de ahí comienzas a grabar en tu mente el recorrido mentalmente siguiendo el mapa. Esta calle hasta aquí, giro a la izquierda. Tres esquinas más adelante, giro a la derecha… emprendes rumbo y tu cerebro está firmemente enfocado en esa ruta que acabas de estudiar. Apenas ves nada, no te fijas en los comercios, ni en la gente que pasa, ni en los coches… en nada.
De repente te dispones a cruzar la calle en estado de plena concentración y viene un coche que no has visto. Te da un susto de muerte. El conductor te pita, te da voces a través de la ventanilla, pero gracias a Dios has tenido suerte y estás a salvo. Te dispones a continuar tu viaje y esa ruta perfecta ya no está grabada, se ha esfumado. Con algo de suerte tendrás clara la dirección aproximada en que vas, pero nada más. De nuevo la incertidumbre.
Ahora, imagina la misma situación pero en este caso el lugar al que vas es la Torre de Cristal.
Te asomas a la ventana o sales a la calle y la ves ahí, dominando el cielo de la ciudad. Solamente necesitas ir avanzando en su busca, de forma relajada, acercándote cada vez un poco más. Si te encuentras un obstáculo puedes rodearlo sin miedo a perder tu rumbo, sigue ahí marcando tu meta, esperando a que levantes la mirada.
Puedes fijarte en los comercios, en la gente, en las calles. Empaparte de la ciudad, disfrutar tu camino. Sabes a dónde te diriges y no necesitas ni una ruta marcada al milímetro ni enfocar tu atención de forma plena en el próximo giro que necesitarás dar.
Tu vida es un recorrido como este y puedes hacerlo de ambos modos.
No necesitas una ruta detallada y desde luego no necesitas sentir constantemente una profunda sensación de estrés por no saber a dónde ir. Lo que necesitas es plantar tu rascacielos en tu meta; sea más grande o más pequeña. Sea un proyecto a corto plazo, sea algo que quieres alcanzar a un par de años o tres, o sea ese lugar en que quieres estar al final de tu vida. Planta rascacielos en cada uno de esos puntos, más altos cuanto más lejos estén de modo que los veas bien, sin esfuerzo, sin miedo a perderlos de vista.
Son tus resultados, tus metas, tu propósito. Ahora puedes hacer tu viaje de forma relajada, con la seguridad de que están ahí esperándote. Puedes sentirte libre de cambiarlos de lugar si es necesario, son tuyos y sólo tuyos.
En GTD®, la sobre-planificación forzada de tu estresante ruta del primer ejemplo se ve sustituida por la marcha relajada hacia tu rascacielos del segundo. Se llama Perspectiva y es un juego en que tienes la total y absoluta libertad de poner tus rascacielos donde quieras, de añadir más o de eliminar otros, de moverlos. Y de hacer tu camino (tu vida) de forma relajada, disfrutando, mientras te diriges hacia ellos.