Líderes y no líderes son las mismas personas.
Liderar o no liderar son modos de pensamiento que determinan en qué forma te comportas y que hacen pública —o no— tu candidatura a guiar a otras personas. Esa candidatura puede tener mejor o peor acogida, pero en tu círculo de influencia no está más que presentarla.
Una persona puede elegir no liderar, pero no puede erigirse unilateralmente como líder. Conseguir que otras personas hagan lo que esperas que hagan no te convierte en líder. Que de forma libre y autónoma depositen su confianza en ti para ser lideradas sí lo hace. Y esa decisión es suya, no tuya ni de terceras partes.
Tú ya sabes esto. Eliges a tus líderes. Pueden tratar de imponerte líderes pero la capacidad de permitir que te lideren es sólo tuya. Pueden ofrecer, mandar u ordenar, y responderás en el modo que entiendas que debes hacerlo. Pero jamás te liderarán si tú no quieres que lo hagan.
Nadie lidera siempre, en todo momento y lugar. Hacerlo implicaría además una enorme pérdida de perspectiva que irremediablemente mermaría hasta el extremo sus capacidades para liderar.
Lo que convierte el liderazgo en gran liderazgo es la capacidad para no liderar, de dar un paso atrás y dejar que otras personas lideren. Vivir a ambos lados de la línea, permitir que ambos roles formen parte de ti es absolutamente necesario para construir, cimentar y alimentar las relaciones de liderazgo. Necesitas pedir lo que en otras situaciones se espera de ti y recibir lo que en otras situaciones das, para crecer como líder. Observar, aprender del modo en que otras personas lideran y aprender del modo en que otras personas permiten ser lideradas. Te permite tener la visión completa para mejorar como líder y no líder.
Todos y todas buscamos líderes desesperadamente. Solamente hay que escuchar, observar, desarrollar la capacidad de ver la intención tras esa pregunta o tras esa petición.
Liderar no es darlo todo hecho, ni no liderar esperar que lo hagan por ti.
Liderar no es esperar que todo se haga como tú lo harías, para eso hazlo tú. Se lidera a personas, no a robots ni clones.
Y no liderar no es dejar de lado tu iniciativa y esperar instrucciones claras y precisas sobre todas y cada una de las cosas para no tener que pensar. Eso casi siempre puede hacerlo una máquina mejor, más rápido y más barato que tú.
Liderar es transmitir un mensaje que incluye un propósito, un viaje y un guía.
El verdadero liderazgo se gana, no se compra. Es dar, no recibir; lo contrario a alimentar tu ego. El verdadero liderazgo es humilde. Es mantenerte accesible pero en segundo plano hasta que sea necesario que pases al primero. Guiar, aconsejar, agradecer, cuestionar, retar, empatizar, cohesionar, valorar, facilitar y felicitar, aplaudir. Y también abrazar.
El verdadero liderazgo es sacrificio y entrega, y sólo cuando sientas, comprendas y valores su retorno emocional más puro serás capaz de transmitir con honestidad y transparencia la confianza que transmiten los y las grandes líderes. Ahí radica la diferencia entre parecer o comportarse como, frente a ser líder.