Fin de semana.
Momento para relajarse, para un necesario descanso.
Para atender a esos hobbies olvidados, para disfrutar de familia y amigos.
Es sábado, o domingo.
Quizá nos hayamos visto.
Es posible que me hayas atendido en la panadería esta mañana.
O en ese momento en que he ido a llenar el depósito del coche.
Puedes haberme atendido en la cafetería del centro comercial.
O en cualquiera de esas grandes tiendas, cuando estaba de compras.
Puedes haberme ayudado a restablecer mi línea telefónica desde Sevilla.
Incluso haberme atendido en ese bar perdido en el mapa en nuestro día de senderismo en familia.
Quizá, incluso desde el servicio de urgencias del centro de salud cuando mi hijo se encontraba mal.
Puedes haberme asistido cuando necesitaba ayuda.
Y puedes haberme ayudado a cubrir necesidades básicas.
O simplemente haberme resuelto una duda.
Cualquiera de todas ellas, o varias.
O puede no haber pasado, pero que ocurra en el futuro.
Puede que no nos crucemos nunca, pero lo hagas con otras personas.
Quizá te guste tu empleo. O quizá no.
Quizá sólo lo haces porque lo necesitas. O quizá no.
Es posible que creas que tu empleo es muy importante. O no.
O que la comunidad se encargue de decirte cuánto de importante es.
Y puede que les creas, o puede que no.
No importa realmente.
Estás ahí cuando tengo —tenemos— una necesidad, por banal que sea.
Estás ahí llueva o nieve. Siempre.
Sé que estas y me tranquiliza. No le doy mayor importancia.
Y quizá no te he dado las gracias más allá de lo que dicta la buena educación.
Pero quiero que sepas que agradezco profundamente que estés ahí.
Quiero que sepas que eres más importante de lo que seguramente crees.
Yo también estaré aquí si me necesitas.
Gracias.