Yo ya me encuentro en esa edad en que miro a mi hijo adolescente y pienso: «Quién volviera a estar ahí…».
Sin embargo, también recuerdo que cuando tenía su edad tenía prisa por crecer. Crecer lo antes posible para ser independiente, tomar mis propias decisiones, hacer lo que me diera la gana o simplemente tener mis propios recursos económicos sin dependencias externas.
Hoy que ya he superado ese umbral hace tiempo querría —en muchos aspectos— volver atrás y que «mis problemas» e inquietudes fueran los suyos.
A una empresa u organización le ocurre lo mismo. Ser grande no es mejor.
En general, las micro y pequeñas empresas miran arriba y quieren crecer. Contemplan a las grandes, las imitan, quisieran parecerse a ellas y poder disfrutar de todas las ventajas que como si de un «aura de fuerza» se tratase las rodea.
Sin embargo las grandes, sin renunciar a algunas cosas, quisieran volver a ser pequeñas. Quieren poder tomar decisiones rápidas y quieren poder materializarlas cuanto antes. Quieren poder cambiar de rumbo en un suspiro, pero son lentas y pesadas. Eso es fácil cuando en la empresa —a nivel global— toman decisiones cinco, dos o incluso una única persona. Es uno de tantos ejemplos.
Ser grande es diferente, pero no es mejor. «Mejor» siempre depende de «para qué».
No puede tenerse todo. Valora tus fortalezas —que en muchas ocasiones se pasean desapercibidas ante tus ojos— y cuidado con lo que deseas. A veces se cumple.